El siguiente relato describe vivencias que los distintos integrantes de la familia Macome tuvieron a lo largo de sus vidas con los automóviles. Intimar con nuestra historia permite al lector advertir el intricado conocimiento que hemos adquirido a través de la experiencia, así como la emocionante relación que seguimos cultivando con el automovilismo. Para entender los comienzos de esta historia, es necesario remontarse a los recuerdos de la juventud de nuestro padre, Jorge Macome, quien desde temprano fomentó nuestro afán por el volante y la pisada.
Desde los 5 años, Jorge recuerda al automóvil como una parte esencial de sus vivencias. Por ejemplo, nos remonta a paseos que hacía en un Minerva del año 1931, con 4 puertas y 7 asientos, con el cual, conducido por un chofer y su ayudante, iba junto a su madre y amigos de familia a pasear por el Rosedal. Más adelante, los paseos al Rosedal continuaban, pero los jóvenes ya conducían sus propios autos. Una vez allí, el programa consistía en rodear lentamente el Rosedal, luciendo el auto y mirando a la distancia los ojos de aquellas personas por las que tenían algún interés romántico. Una simpática ceremonia de seducción y performance, nombrada La Vuelta del Perro, en la cual el auto propio tomaba un rol central, como el elemento fundamental en el juego del coqueteo. Luego del recorrido, que se desarrollaba lentamente para poder exponer el auto con orgullo romancero, proseguía una tartulia en los jardines. Algunos de los participantes que recuerda Jorge incluyen a Carmensita Esmoris, hija de amigos de su familia, quien conducía un Chevrolet del 1939. Las hermanas Cavia también frecuentaban el rosedal, con un Minerva del 1933. Allí se vincularon con la familia Macome, y a partir de eso Elvira Cavia desarrolló un romance con Juan Carlos.
Otros paseos memorables incluyen los viajes a Baradero en un Napier 1911, que fue el primer auto que llegó a la Argentina. También eran recurrentes las carreras, donde Jorge Héctor (padre de Jorge) conducía, del célebre café La Biela a Tigre, en las cuales todos los integrantes de la familia se subían al auto y presenciaban la adrenalina del riesgo que aquellas carreras proveían. Jorge recuerda los accidentes automovilísticos de José María, su hermano, quien tenía un afán por la osadía de acelerar (denominada “la pata a fondo”), de donde surgió su apodo ‘Magneto’. Asimismo, en La Vuelta del Perro solían organizar planes para el fin de semana. Estos consistían en manejar al Talar de Pacheco, a la costanera Sur, o al Cazador en Escobar, donde hacían picnics para continuar las dinámicas cosechadas en el rosedal, e intercambiar cortejos y conocimientos del automóvil.
Estos paseos no eran meramente para trasladarse al punto de encuentro, el recorrido cobraba una importancia central como fin en si mismo, donde el auto se lucía en todo su esplendor, el “pique” y la velocidad eran representativos del éxito del conductor, y la fogosa performance del manejo era el atributo más anhelado. Se generaba así un circulo virtuoso entre la sociabilidad y el know-how mecánico del auto, entrando así en una relación simbiótico en la cual se acrecentaban a la par. El principal portador de los conocimientos automovilísticos a Jorge y sus hermanos fue Jorge Héctor, su padre, lo cual convertía a la familia Macome en pioneros del automovilismo. Prueba de esto es la anticipación al cambio de mano de Jorge Héctor. Hasta el 1946, se conservaba la izquierda para conducir, emulando a los ingleses. Jorge Héctor compra al embajador argentino en Washington el Ford convertible con el volante a la izquierda, justo antes del cambio al cual su nueva compra ya se adecuaba.
Desde los 15 a los 25 años, Jorge recuerda frecuentar las carreras de autos junto a su padre, donde asistían junto a sus amigos más burgueses, con quienes los Macome compartían la posesión de un coche lujoso y a quienes sorprendían con el conocimiento mecánico. La primera carrera a la que asistieron fue sobre circuito de empedrado, la Gran Premio de Ciudad de Buenos Aires, en el 1948. La segunda carrera consistió en un circuito alrededor de Retiro y Palermo. En esta corrieron Froilan González con una Ferrari 2 litros, comprada por Perón, quien era el presidente en aquel momento y un fanático de los fierros, contra los Mercedes ‘flecha de plata’ conducidos por Fangio y Lang, en el año 1949/1950. El resultado fue un contundente fracaso automovilístico de la Ferrari, a partir de lo que Perón compra los ‘flecha de plata’ para todos los rangos militares. La victoria de Fangio al volante fue muy memorable, tal que en 2013 el ‘flecha de plata’ perteneciente a este mismo conductor fue destacado como el auto más caro del mundo, con un precio de 29,65 millones de dólares.
Jorge recuerda los distintos autos que manejó, un Hillman Sedan del 31, un Morris Sedan, un Ford 3+ Sedan, Ford Cupé Convertible del 41, Renault 4 cilindros del 50, un Hillman del 1940 (en este Jorge aprendió a manejar a los 9 años, tutelado por su padre). También recuerda un Oldsmobile convertible de 1947, que el padre de Juan Sulá, el ‘viejo Sulá’, le regala a María Julia Rébora, la pareja de Juan (María Julia fue la hija de Juan Carlos Rébora, tío abuelo de Jorge y embajador argentino en Paris durante 20 años). El viejo Sulá tenía un coloso terreno en el bajo de San Isidro. Lo que actualmente es el Boating Club formaba la parte de abajo de la casa, refugio de sus preciados coches. Años después, fue Alejandro Macome quien compró ese mismo Oldsmobile, que recorrió la historia de la familia.
En 1955, Jorge se recibe de ingeniero. En aquel momento estaba trabajando con Felix San Martin, con un sueldo precario. En 1958 se compra un BMW Isetta 300 deluxe con 100% a crédito del Banco Provincia, cuyo presidente era Grabiel Villar Arancibia, conocido de la hermana de Jorge, Zara. En esa época Jorge recuerda los paseos de fin de semana al Prety Roli, el lugar que era la trampa permanente, es decir, de encuentros fortuitos de relaciones estables paralelas. En toda la época de los 60, el glamour era uno. Es decir, todos aspiraban a tener un mismo estilo, independientemente de sus capacidades económicas u otras diferencias sociales. Se hablaba de la única clase, cuya pertenencia se testimoniaba a través de la posesión de un auto resplandeciente.
En 1961, Jorge cambia el Isetta por un Renault Dolphin 3 velocidades, 4 cilindros, gris clarito. Y en 1962, se compra un Peugeot 404 verde clarito. Aquí todavía vivía en Olivos. En 1965, Jorge logra desarrollarse laboralmente y se muda a Martínez. Este cambio fue acompañado por un upgrade automovilístico, comprándose un Lagonda primero, y un Peugeot 404 blanco pichicateado en la concesionaria de Peugeot de Jack Green, quien estaba a cargo de la parte mecánica y organizativa del equipo de competencia de Peugeot en el mundo. El padre de Jack, Eric, dueño de la concecionaria de Rolls Royce, Bentley, MG, Morris, Woolseley, y Lagonda, era amigo de Jorge Héctor, y este vínculo permitió que Jorge consiguiera el auto en Green pichicateado. Más adelante, este Peugeot fue expuesto en el Salón Alvear en el 2017. Jorge también adquiere una Maseratti 2 litros, terminando de evidenciar su fanatismo por el coleccionismo y su progreso económico a lo largo de los anos.
Más adelante, Jorge adquiere un Bougward con suspensor independiente a 4 ruedas. En ese entonces comenzaban las carreras por plata, así como el profesionalismo financiado por las fábricas. Sale la categoría ‘Anexo J’, donde corrían los autos familiares populares, y en la cual todos querían participar. También comenzaron a funcionar el Club de Automóviles Sport y el Club de Automóviles Clásicos, del cual Jorge fue miembro y jurado. En una de sus participaciones, Jorge asistió con el Lagonda, pichicateado por Tito Dillon, del año 1963, el cual se valorizaba en 10 mil dólares en aquel momento. Hoy en día, Jorge aún conserva muchos de sus preciados coches, a pesar de que la vejez dificulta la activa perpetuación de su afición, el automovilismo.
Somos nosotros, Fabián y Alejandro, quienes continuamos con el preciado legado que ya es parte de la herencia y el significado de apellidarse Macome. Alejandro recuerda vívidamente el comienzo de su vínculo con los autos. Cuando tenía solo 6 años, se fue de viaje en un Peugeot 404 con Jorge, Cachito (su madre), y Fabián al Sierras Hotel, en Mendoza. Subiendo una colina, el auto se frena. Jorge rápidamente pone el freno de mano, y se baja con Cachito para ver qué sucedía. Al cerrar la puerta, se escucha un ruido desconocido, lo cual alarma a Alejandro. El auto comienza a moverse lentamente hacia abajo, atajado tenuemente por los intensos esfuerzos de Jorge y Cachito, quienes pusieron sus manos en la parte trasera y lo contuvieron mientras gritaban: ‘apretá el freno!’. Claro que con 6 y 4 años, Alejandro y Fabián no tenían una noción del funcionamiento de un auto. Empero por algún tipo de hechizo amparador, Alejandro se sube al asiento del conductor y pone el pie en el freno, evitando un accidente posiblemente letal para toda su familia.
Creciendo entre motores conllevó a un prematuro desarrollo del gusto por los autos. Tal es así que Alejandro recuerda haber aprendido a manejar con tan solo 10 años, en un Ford A, usando un almohadón para llegar a los pedales. Al principio solo daba vueltas a la manzana en un camino de tierra en Mar del Plata, hasta que fue alargando los recorridos que hacía. Recuerda el primer auto que condujo solo, a los 13 años. Este era un Lagonda Rapide del año 1937 color verde, pertenecía a su padre quien se lo prestaba para ir a eventos como carreras en Mar del Plata. Con tan solo 15 años, Alejandro adquirió su primer auto, y es extraño y fortuito que no haya sido retenido por conducir ilegalmente, ya que los militares lo frenaban constantemente a pedir documentos (no les interesaba si tenían o no registro, ya que su foco era otro). Este primer auto era un Fiat 128 experimental, pichicateado por un amigo de Jorge, quien tenía la concesionaria de Fiat donde es el actual colegio Cristóforo Colombo. Este era la segunda versión, la primera se la había dado a Jorge, quien luego se la regaló a Alejandro a sus 16 años. A los 18 años, Alejandro recibió un Torino 380 W (con tres carburadores) convertible negro, ya un auto más elegante y espacioso. Luego del Torino adquirió un Honda Accord Hatchback a los 21 años, y brevemente más adelante un BMW 323 Baur convertible.
Entre sus infinitos encuentros con automóviles, Alejandro considera a uno el más impresionante que presenció en su vida. En 1991, el año que concluyo la guerra fría, Alejandro viajó al centro del hervidero: Alemania. Allí pasó por Hockenheim, cerca de Frankfurt, donde hay un circuito de autódromo muy conocido, y vio un Cobra 427 color Borravino, que hasta el dia de hoy esta imprenado en su retina. Alejandro había visto el auto de un millón de dólares solo en revistas, y presenciarlo aumentó el asombro que sentía por su finura. Finalmente, hoy en día Alejandro decidió comprarse este mismo auto, el auto que verdaderamente lo encantó.
Asimismo, Alejandro también tiene algunos autos favoritos en términos de cómo se siente él al manejarlos, por su comodidad y exquisitez. Estos son un BMW 328 Alpina, una Masserati 300 S (Alejandro pretende que el manejo del Cobra se asemeje a la Masserati, que solía conducir cuando tenía 17 años), un Nissan 300 Twin Turbo, que solía manejar y gozar cuando estaba en pareja con su exmujer, Paula Taquini, y un Mercedes 360 S2 Convertible. A diferencia de Jorge, Alejandro nunca vivió el automovilismo como un eje social. Sin embargo, siempre fue un catalizador en sus relaciones románticas, nutriendo un estilo atractivo con automóviles lujosos y excéntricos, y un vasto conocimiento sobre ellos.